Vivir con atención plena





Setiembre. Hay quien adora este mes. Algunos, contrariamente, lo detestan. Para los niños, es hora de volver al “cole”. El mundo se llena de sensaciones en esta época del año. Comprar el material para el nuevo curso puede ser un arte. Aún recuerdo el olor a fresa de mi goma de borrar preferida. Doy gracias a que a día de hoy ya no la tengo; cada peldaño fue un aprendizaje de pequeños y grandes errores. A simple vista, ortográficos y gramaticales, pero estoy segura que no fue solo esto.

En el colegio, todo lo que hacíamos tenía lugar en el presente. Esta tarde, sacando punta a un lápiz, me he dado cuenta de lo divertido que era para mí hacer rotar estos grandes utensilios de escritura. Me gustaba sacar punta a los lápices. Para mí, el tiempo no transcurría, nunca fue una obligación realizar este acto. Lo hacía con atención plena.

Los niños son grandes maestros de la atención plena. Su percepción del tiempo es distinta. Con el paso del tiempo configuramos un reloj que, a veces, se olvida de la importancia de vivir en presente y de dejar espacio para darnos cuenta de donde estamos y a dónde queremos ir.

Centrarse en el momento presente no quiere decir hacer lo que uno quiere en cada momento, sin responsabilizarse de las propias conductas y sin comprometerse con la vida. Centrarse en el momento presente es sentir todo lo que hay a nuestro alrededor tal y como sucede, sin intentar buscar su control.

Las personas que viven con atención plena se sienten abiertas a los hechos. Centrarse en lo que sucede permite poner por delante aspectos emocionales y dejar de banda prejudicios que aplicamos a nuestras vidas y a las de los demás.

Somos el resultado de miles de experiencias. Pero cuando vivimos con atención plena aceptamos cada una de éstas.  No valoramos, sino que aceptamos y por tanto, no rechazamos. Si emitimos juicios de valor sobre lo que hicimos  no podremos aceptar con los brazos abiertos todo lo que fue y tanto nos aportó.  A veces nos cuesta vivir con el enfado, con la paradoja de algunas situaciones e intentamos huir de todo esto dando una valoración negativa a la experiencia. Nos decimos borrón y cuenta nueva. Pero, si no aceptamos las experiencias negativas, tampoco podremos escoger libremente las futuras, ya que no podremos decidir en que queremos implicarnos, mirar o centrarnos  porque todo lo negativo que pueda venir de estas experiencias no será aceptado libremente. Tendremos miedo a hacer algunas cosas o no nos sentiremos con fuerzas para afrontar los retos de la vida.

A veces decidimos imponer controles ficticios. Controlamos que nuestro vecino llegue a las ocho a casa, que todo esté limpio, que no hayan cambiado el horario de tren. La aceptación supone una renuncia al control directo. Se experimenta como tal todo lo que sucede y así dejamos atrás un estado focalizado en el pasado o bloqueado en el futuro.

Podemos buscar la libertad en muchos sitios. Podemos recorrer el mundo en busca de libertad. No tener pareja para sentirnos más libres. Fugarnos de casa de nuestros padres para sentir esta sensación. Pero a veces, olvidamos que cada momento de experiencia vivida plenamente es una experiencia de libertad.



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